Fernanda (on right) at Cru’s Miami Summer Project. Photo courtesy Fernanda Delgado.
Nunca conocí a mi papá. Él y mi mamá se divorciaron antes de que yo cumpliera 1 año.
Después de que mi mamá y yo nos mudamos a los Estados Unidos desde El Salvador, ella se volvió a casar y finalmente sentí que tenía una familia. Pero mi relación con mi padrastro nunca fue buena.
Deseaba el amor de un padre. Quería esa relación especial padre-hija. Quería ser amada, así que busqué crear mi identidad fuera de mi familia.
Necesitaba la aprobación de los que me rodeaban.
Pero nada llenó ese agujero.
Mi primer año de secundaria, mi mamá y mi padrastro se divorciaron.
Estaba enojada, confundida, herida y no deseada. Recurrí a los chicos, el alcohol y las drogas para encontrar aprobación. Las sustancias se convirtieron en mi escape.
Mi necesidad de aceptación solo se encontró con dolor. Fue durante este tiempo que fui violada.
Estaba en mi punto más bajo. No había nadie a quien pudiera recurrir. Quería desesperadamente un padre que me protegiera y me amara.
Me sentí inútil y me convencí de que esto era todo lo que la vida tenía para ofrecer.
Durante mi segunda semana de universidad, me invitaron a Cru, donde me inscribí en un grupo pequeño. Fui sintiéndome sorprendentemente bien.
Escuché mientras las otras mujeres hablaban gozosamente de un “Salvador”. Quería lo que ellas tenían.
Cada semana que asistía al grupo pequeño, aprendía más de estas mujeres. El evangelio comenzó a tener sentido para mí, y fue solo unos pocos meses antes de que estuviera lista para tomar la decisión de seguir a Cristo. Fue durante las vacaciones de Navidad que me di cuenta del peso del pecado en mi vida y de mi necesidad de un salvador.
Fue como si me hubieran quitado una venda de los ojos. Pude ver y comprender por qué necesitaba a Jesús y que Él me amaba. Fue entonces cuando acepté a Cristo en mi vida.
He llegado a comprender que tengo un Padre Celestial que está loco por mí. ¡Él realmente me conoce y se preocupa por mí!
Por la muerte de Cristo en la cruz, he sido perdonada y vivo una vida de libertad en Cristo. Ya no recurro a cosas temporales para encontrar mi valor.
Ahora sé que mi valor e identidad se encuentran completamente en mi Padre Celestial.
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