Predicamos para dar a conocer la Palabra de Dios, la cual trae responsabilidad eterna a todos los que la escuchamos. La predicación no solo es un mandato divino, sino también un privilegio y una herramienta poderosa que Dios utiliza para transformar vidas. Al predicar, respondemos al llamado de Dios, sirviendo como instrumentos en Sus manos para que Él mismo pueda llamar a aquellos que aún no creen y para fortalecer a los que ya creemos, desafiándonos continuamente en nuestra fe y unidad como cuerpo de Cristo.
Predicamos porque Cristo es el centro de nuestro mensaje. No es que Él necesite de nosotros para darse a conocer, sino que por Su amor nos invita a ser partícipes de Su misión. A través de la predicación, somos Su voz en el mundo, llevamos las buenas nuevas (Evangelio) desde nuestro entorno hasta los lugares más lejanos. Como creyentes, al conocer más a Jesús, se vuelve imposible contener el deseo de compartir Su mensaje con otros.
Jonathan Edwards dijo: "Predicamos porque estamos convencidos del destino eterno de las almas y del inmenso amor de Dios por la humanidad. Nuestro deseo es ver a las almas salvadas del pecado y reconciliadas con Dios." La predicación es una manifestación de la gracia inmerecida de Dios a través de Cristo, tanto en nosotros como por medio de nosotros. Predicamos porque Dios desea comunicarse con Su pueblo de una manera que nos alinea con Su voluntad, transformándonos y guiándonos a vivir conforme a sus propósitos.
La predicación es el momento en el que el pueblo de Dios se reúne para escuchar Su palabra en comunidad. Es un acto que vale la pena porque Dios es un Dios que habla, y Su palabra y el Evangelio merecen ser escuchados. Predicamos para colocar nuestros dones y talentos al servicio de los demás y de Dios mismo. Hay una necesidad imperante de predicar el evangelio de Cristo, no solo en el servicio dominical en una comunidad cristiana, sino también frente a no creyentes, en el trabajo, la universidad, el barrio, la escuela, etc. La predicación no se limita a instancias formales; debe darse en todo lugar y en todo momento. Este llamado nos anima a estar atentos a las necesidades del entorno y recordar que la predicación es una experiencia colectiva. Somos instrumentos de Dios, en constante perfeccionamiento, que también necesitamos retroalimentación y crecimiento.
Predicamos porque nuestras vidas están en constante cambio, siendo transformados cada vez más a la semejanza de Jesucristo, para Su gloria y honra. No podemos evitar el propósito y llamado de Dios para nuestras vidas; el amor de Cristo nos impulsa y controla (2 Corintios 5:14). La predicación no es un acto de soberbia y orgullo, sino de humildad, producida en nuestros corazones por el Espíritu Santo.
La verdadera predicación no se centra en las capacidades del predicador, sino en la exposición de la sabiduría, poder y amor de Dios. Predicamos no para brillar nosotros, sino para que la palabra de Dios brille y transforme vidas. Es una gran responsabilidad ser portadores de la voz de Dios, tal como está escrita en la Biblia. A través de la predicación, Dios nos permite conocerlo más y compartir Su Palabra, que nos desafía, corrige y enseña lo correcto (2 Timoteo 3:16-17).
Predicamos porque amamos a Dios y a las personas. Como dice 2 Timoteo 4:2, “Predica la palabra; persiste en hacerlo, sea o no sea oportuno; corrige, reprende y anima con mucha paciencia, sin dejar de enseñar.”
Te invitamos a reflexionar sobre la importancia de la predicación y su impacto en tu vida y la de otros. Si deseas profundizar en este tema y otros relacionados, te animamos a escribirnos y a visitar nuestros artículos en la sección "Ideas y consejos para estudiar la Biblia" en nuestra página web. ¡Descubre más sobre cómo puedes ser parte de este llamado transformador!
Becky Colina
Coordinadora Cru Chile
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