¿Alguna vez has escuchado la frase "ponerse la camiseta"? Es una expresión que en muchos países de habla hispana representa compromiso, identificación y entrega a una causa. Aunque puede parecer algo cotidiano, este concepto tiene profundas implicaciones para nuestra vida como creyentes.
El apóstol Pablo, en su carta a los filipenses, nos muestra a una comunidad que vivió esta realidad. Los filipenses no solo estaban "camiseteados" con el evangelio; lo vivieron activamente, demostrando su fe con acciones concretas. Este artículo explora cómo su ejemplo nos desafía a comprometernos más profundamente con la obra de Cristo, dándole siempre la gloria a Dios.
La iglesia en Filipos era especial. Filipos, una colonia romana, era conocida por su diversidad cultural y social. Entre los miembros de esta comunidad encontramos personajes interesantes: un gendarme que casi se quitó la vida antes de ser alcanzado por el evangelio, Lidia, una comerciante exitosa, una joven liberada de un espíritu de adivinación y varios presidiarios que presenciaron el poder de Dios. Una mezcla única, muy parecida a nuestras iglesias modernas, donde convergen personas de diferentes trasfondos y culturas.
En este contexto, Pablo escribe desde prisión. Su situación es incierta; no sabe si será liberado o ejecutado. Pero en lugar de enfocarse en sus problemas, escribe una carta llena de agradecimiento, amor y ánimo para los filipenses. Reconoce su compromiso con el evangelio desde el principio y ora para que su amor, conocimiento y discernimiento crezcan, llevándolos a dar frutos de justicia para la gloria de Dios.
En Filipenses 1:3-6, Pablo agradece a Dios por los filipenses y destaca su participación activa en el evangelio. A pesar de ser una iglesia con limitaciones económicas, su generosidad es un ejemplo. En 2 Corintios 8:1-5, Pablo describe cómo las iglesias de Macedonia, incluida Filipos, dieron más allá de sus posibilidades, incluso rogando por la oportunidad de colaborar. Pero su generosidad no era solo económica; era integral. Enviaron a Epafrodito para llevar ofrendas a Pablo, un viaje de meses que implicaba un sacrificio enorme.
Sin embargo, Pablo deja claro que esta obra no era mérito de ellos, sino de Cristo. “El que comenzó tan buena obra en ustedes la irá perfeccionando hasta el día de Cristo Jesús” (Filipenses 1:6). Esto nos recuerda que nuestras acciones no son para nuestra gloria, sino para la de Dios. Todo lo que hacemos en el evangelio comienza y termina en Cristo.
En Filipenses 1:7-8, Pablo abre su corazón, mostrando el profundo amor que siente por los filipenses. Este amor no es superficial; es un amor desde “las entrañas”, algo visceral y auténtico. Nos recuerda que la iglesia no es una institución, sino una familia unida por Cristo.
Pablo también destaca que el sufrimiento compartido es un don que une a la comunidad. A veces sufrimos por nuestros hermanos, cuando nos identificamos con sus luchas y necesidades. Otras veces, sufrimos a causa de ellos, enfrentando conflictos o decepciones. Pero este sufrimiento tiene un propósito: reflejar a Cristo y fortalecer nuestra unidad.
Como comunidad, estamos llamados a vivir un amor que se involucra. No basta con conocer las necesidades de nuestros hermanos o misioneros; debemos orar, apoyar y caminar con ellos en sus luchas. Este compromiso no es para nuestra promoción personal, sino para la gloria de Dios.
En Filipenses 1:9-11, Pablo ora para que el amor de los filipenses crezca en conocimiento y discernimiento, llevándolos a dar frutos de justicia. Este crecimiento no es solo para su beneficio, sino para glorificar a Dios.
El amor maduro es como un árbol: sus raíces son el amor, el tronco es el conocimiento, las ramas son el discernimiento y los frutos son las acciones justas. Este tipo de amor no se queda en lo abstracto; se traduce en acciones concretas que satisfacen tanto las necesidades espirituales como físicas de las personas.
Jesús nos da un ejemplo claro: cuando vio a las multitudes, su respuesta no fue solo predicarles, sino también decir a sus discípulos: “Denles de comer”. El amor verdadero siempre se manifiesta en acciones.
El ejemplo de los filipenses nos desafía a reflexionar sobre nuestra participación en el evangelio. ¿Estamos realmente camiseteados con el evangelio, o solo somos espectadores? Este compromiso tiene implicaciones en tres áreas:
Reflexiona: ¿Qué tan camiseteado estás con el evangelio?
Participa activamente en las iniciativas de evangelismo y discipulado de tu iglesia.
Si aún no has entregado tu vida a Cristo, hazlo hoy. Ponte la camiseta del evangelio y comprométete con la obra de Cristo.
Como iglesia, evalúa: ¿Estamos viviendo el amor, conocimiento y discernimiento que llevan a frutos de justicia?
Conoce las necesidades de tu comunidad y actúa para satisfacerlas, tanto espiritual como físicamente.
Vive un amor que se involucra, caminando con otros en sus luchas y reflejando el carácter de Cristo.
Como ciudadanos, reflejemos el amor de Cristo en nuestras acciones diarias, ya sea en el trabajo, la universidad o el vecindario.
En un mundo lleno de indiferencia y violencia, seamos luz, promoviendo justicia y compasión en nuestras comunidades.
Independientemente de tu estatus migratorio, como ciudadano del Reino de Dios, estás llamado a ser un embajador de Su amor.
El llamado de Pablo a los filipenses sigue vigente para nosotros. Nos invita a comprometernos con el evangelio, no buscando nuestra gloria, sino exaltando a Dios en todo lo que hacemos. Así que hoy te invito: ponte la camiseta y vive un amor que transforma, que da frutos de justicia y que refleja la gloria de Dios en todo lugar donde estés.
¿Estás listo para camisetearte con el evangelio?
Gustavo Sánchez
Estrategias Digitales
Coordinador Cru Chile
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