Su señor le respondió: ¡Hiciste bien, siervo bueno y fiel! En lo poco has sido fiel; te pondré a cargo de mucho más. ¡Ven a compartir la felicidad de tu señor!
Mateo 25:23
El hecho de que nuestro padre terrenal esté orgulloso de nosotros es algo muy importante. Sobre todo para nosotros, los hombres. Significa algo especial y fundamental en nuestro caminar, a pesar de la edad que tengamos o la etapa, su voz y sus palabras no dejan de tener ese efecto. Recuerdo cuando le dije a mi padre que quería ser misionero, ¡No voy a olvidar nunca más su cara! Sin dudas, fue un proceso para él asumirlo, y todavía está en eso. Pero también me toca a mí entenderlo y depender de mi Padre celestial: su opinión, su mirada y sus palabras hacia mi.
Sabemos que Dios nos mira a través de la sangre de Cristo. Esto es a partir de la cruz y de la aceptación de su perdón y salvación. Significa que no mira mi pecado, me ve con los lentes de la gracia y a partir de allí me permite caminar liviano. ¡Qué buen punto de partida! Sin dudas, cualquier hijo querría ese padre. En ese proceso, somos perfeccionados hacia la imagen de su hijo Jesús, vamos avanzando de gloria en gloria hasta parecernos más a Cristo, vamos reflejando en nuestras vidas la realidad espiritual que ya es un hecho.
En este proceso, Dios nos da dones, recursos, bendiciones y oportunidades para servirle y trabajar para su obra. Sin dudas que él está mirando eso y cómo respondemos a su llamado aquí en la tierra. Se alegra si respondemos positivamente, y se entristece si no lo hacemos.
En la parábola de los talentos, vemos que los siervos invirtieron lo que Dios les dió. Un talento era el equivalente a 20 años de trabajo, sin dudas demasiado dinero. El primer y el segundo siervo lo invirtieron y generaron ganancias, esto provocó el gozo de su señor. El último lo único que hizo fue guardarlo, no lo invirtió ni lo perdió, simplemente lo guardó.
Cuántas veces nos guardamos lo que Dios nos da, escondemos de su vista o invertimos en otras cosas que no tiene que ver con su Reino. Y no estoy hablando sólo de dinero, la aplicación de esta parábola es mucho más profunda: Tiene que ver con tu tiempo, tu energía, tu atención, tu mayordomía en tus relaciones, dones y oportunidades. Dios espera que todo eso sea invertido en su obra, conforme al llamado y al propósito que te ha dado: servir y desarrollar tus dones para la bendición de tu comunidad de fe y el cumplimiento de la gran comisión.
El hecho de servir a Dios y desarrollar nuestros dones para servir al prójimo, es una de las más maravillosas aventuras que podemos vivir. Trae bendición a nuestra vida, nos llena de gozo, nos acerca a nuestra misión en Cristo, nos hace parecer más a él. En ese proceso, entramos en la felicidad de nuestro Señor, alegramos su corazón, hacemos tesoros en el cielo que son mucho más importantes que cualquier tesoro terrenal.
Algo muy curioso, es que tanto el primer como el segundo siervo invirtieron diferentes montos que le fueron dados, pero ambos recibieron la misma recompensa. Esto nos habla de que no todos somos iguales, Dios nos dió un llamado a nuestra medida y forma, justa, como tan bien nos conoce. No debemos compararnos ni envidiar al de al lado. Dios nos dio ese llamado justo y cada uno de sus hijos recibirá la misma recompensa: alegrar su corazón.
Hijo de Dios y Gran comisionista. Apasionado por vincular a las personas con Jesús y con los otros. Amante de la música. Misionero de Cru en Argentina. Trabajando en universidades de zona sur de Buenos Aires. Licenciado en Musicoterapia, toco violín y guitarra. Canto si es necesario...
Estudié teología en el Intituto Bíblico Río de la Plata.
Fan de las pastas: ñoquis fideos y ravioles me pueden.
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